La Vida y Legado de Eduardo Castillo, Poeta de Zipaquirá, descubriendo los Versos Secretos

Eduardo Castillo Galvéz nació el 5 de febrero de 1889, muere en Bogotá, el 21 de junio de 1938. Hijo de Alejandro Castillo y Clementina Gálvez, Eduardo Castillo perteneció a la llamada segunda etapa del modernismo, o sea la correspondiente a los centenaristas, que tiene como sus mayores representantes a Castillo, Porfirio Barba-Jacob y José Eustasio Rivera, considerando que los poetas José Asunción Silva y Guillermo Valencia serían los dos hombres claves de la primera etapa del modernismo. Castillo fue un gran admirador de Valencia y un devoto de la poesía de José Asunción Silva. Es considerado el poeta lírico de esta generación.
Este poeta de la ciudad de la sal fue secretario particular de Guillermo Valencia (Poeta y político colombiano), publicó sus primeros versos en El Nuevo Tiempo Literario y colaboró en la revista Cromos por cerca de veinte años.
Características de su obra
Eduardo Castillo fue uno de los primeros poetas colombianos en pensar y escribir de manera muy concreta y brillante acerca del fenómeno de la creación poética, hecho que hace clara su posición modernista. En varios de sus poemas se refiere a la poesía misma. Fernando Charry Lara sostiene que este hecho se deriva de las lecturas de autores franceses, a quienes accedió desde muy joven y que influyeron mucho en su formación intelectual. Influyeron así mismo en su formación, los textos acerca de teoría poética de Edgar Allan Poe, autor de su predilección. En su poesía se ve claramente cómo se acerca permanentemente a un simbolismo, no guiado por principios estéticos determinados de antemano, sino como él mismo lo dijera, por "la exaltación" del individualismo y la entera libertad para crear conforme a su propio carácter o temperamento.
A través de la música del lenguaje, quería llegar, como algunos de sus modelos, no sólo a la concordancia con el universo, sino aun al conocimiento de la realidad:
Arieta
Bajo esta noche azul, todas las cosas
que ven mis ojos: la dormida fuente,
los árboles amigos, y las rosas,
y el hechizo lunar, —todas las cosas
que ven mis ojos, me hablan de la ausente.
¿En dónde están su gracia taciturna
y sus manos traslúcidas? ¿En dónde
su cabellera fértil y nocturna
y su voz musical?
Nadie responde con mimo fraternal a mis acentos,
y hay en mi corazón aletargado
la tristeza de aquellos aposentos
donde se nos ha muerto un ser amado.
Tradujo poemas del portugués, francés, italiano e inglés y escribió sobre autores tan diversos como Maurice Maeterlinck, Oscar Wilde, Anatole France, Amado Nervo, José Eustasio Rivera o León de Greiff.
Eduardo Castillo ha sido uno de los pocos casos de las letras de Hispanoamérica en que un escritor ha permanecido tan fiel a su vocación, ya que dedicó su vida a escribir poesía, ensayos y uno que otro artículo periodístico, oficio este último que le proporcionaba los medios económicos necesarios para vivir. Eduardo Castillo apareció en el panorama poético colombiano en los primeros años de este siglo, cuando poetas como Rubén Darío, Guillermo Valencia, Amado Nervo, Leopoldo Lugones, José Santos Chocano, Herrera Reissig eran los dioses mayores del modernismo.
La verbalidad a ultranza, lo parnasiano, la brillantez preciosista, ejercían una influencia total sobre la generación de poetas que les siguió; pocos de ellos escaparon. Por esto tiene algo de asombroso el caso de Eduardo Castillo, quien supo eludir ese aire. Guillermo Valencia escribió sobre Castillo: “Dominaba algunas lenguas vivas y asistía diariamente al cenáculo de periodistas y poetas donde era acatado por su erudición pasmosa, su exquisito gusto y sus admirables poesías [...] No conozco una sola página de Castillo que no se distinga por lo pulcra y refinada. Su extremada sensibilidad, casi morbosa, tal vez fue factor determinante de la sutileza de matices en su creación artística”.
Conocido como "El Papa Negro", Castillo murió a los 49 años, el 21 de junio de 1938, en la Clínica de Peña en Bogotá, víctima de la morfina.
Después de Duelo lírico (1918), en 1920 apareció su poema "Desfile blanco", inicialmente conocido como "Desfile nupcial"; en 1921 escribió su "Réplica a Rivera" y "Guillermo Valencia íntimo"; en 1923 aparecieron sus textos "La coronación de Julio Flórez" y el poema "Visión prerrafaelita"; El árbol que canta, su libro más conocido, apareció en 1928; en 1934 publicó los poemas "La Tisana" y "Leticia" (dedicado a Leticia Velásquez); en 1935 publicó los poemas infantiles "La dulzaina" y "El grillo cautivo"; y en marzo de 1936 aparecieron sus últimos trabajos: el poema "Entre el cielo y el mar" y el ensayo "En torno a Delio Seravile". Su libro de poemas Los siete carrizos fue editado póstumamente.