La historia detrás del Altar de la Catedral de Sal: un símbolo de devoción que sobrevivió al tiempo
Bajar a la Catedral de Sal de
Zipaquirá es entrar en una memoria tallada en roca. Más allá de la arquitectura
contemporánea y las esculturas monumentales que hoy atraen a miles de
visitantes, existe un hilo que conecta la catedral actual con la devoción de
los mineros y fieles del siglo XX: el Altar. Esa pieza, perteneciente a la
antigua catedral subterránea inaugurada en 1954, fue una de las obras
litúrgicas que se decidió conservar y trasladar al nuevo templo inaugurado en
1995, y hoy funciona como puente tangible entre dos épocas de la misma fe.
Del santuario de los mineros a la catedral monumental
La historia de la Catedral de Sal remonta usos religiosos al interior de las minas de Zipaquirá desde tiempos coloniales y muiscas, pero su transformación en un santuario moderno comienza en el siglo XX. La iniciativa de convertir un socavón en capilla subterránea surgió de la observación de la devoción de los trabajadores: Luis Ángel Arango impulsó la idea en 1932 y, tras varias décadas de trabajo, la antigua catedral se inauguró el 15 de agosto de 1954. Esta primera construcción, situada en un nivel superior de la mina, poseía un altar labrado en roca en la capilla de la Virgen del Rosario, que se convirtió en punto de referencia espiritual para la comunidad minera.
Esa antigua catedral ocupaba un espacio monumental —con 120 metros de largo, 22 metros de altura y capacidad para miles de fieles— y mostraba un conjunto escultórico y litúrgico pensado para alimentar la fe de los mineros: una gran cruz de madera, estaciones del Vía Crucis talladas, grutas y una capilla dedicada a la Virgen de Guasá con un altar trabajado en la propia roca. En esa capilla reposaba una imagen de la Virgen (obra del escultor Daniel Rodríguez Moreno) que, por su valor devocional y patrimonial, formó parte de las obras trasladadas posteriormente a la nueva catedral.
Imagen
tomada de Colparques
¿Por qué conservar el altar: valor simbólico y material?
A comienzos de los años noventa, inspectores y expertos detectaron fallas estructurales en la antigua catedral y se tomó la difícil decisión de cerrarla en 1992 para proteger a la comunidad y a las obras. Cuando se planificó la nueva catedral —construida a 60 metros por debajo de la antigua e inaugurada en 1995 bajo el diseño de Roswell Garavito Pearl y la dirección técnica del ingeniero Jorge Enrique Castelblanco— se enfrentó un dilema: ¿qué elementos del pasado debían conservarse?
El Altar de la Capilla de la Virgen de Guasá, tallado en roca y acompañado por la imagen de la Virgen, representaba más que piedra o arte sacro: era el testimonio de la espiritualidad cotidiana de generaciones de mineros. Mantenerlo significaba preservar la continuidad de una devoción que había crecido dentro de la mina. Por eso, gran parte de las piezas más significativas —entre esculturas, imágenes y elementos litúrgicos— fueron cuidadosamente custodiadas y muchas trasladadas al nuevo recinto subterráneo. El traslado de obras fue un proceso que respetó criterios de conservación patrimonial y de sentido comunitario: la nueva catedral no debía borrar la memoria, sino prolongarla bajo una nueva arquitectura.
Actual
capilla de la Virgen de Guasá dentro de Catedral de Sal.
El altar hoy: presencia, rito y memoria
En la catedral actual, el Altar Mayor y el conjunto escultórico que lo acompaña se integran en una narrativa espacial diseñada para conmover: la gran cruz de 16 metros, los balcones, la cúpula y las naves se articulan de modo que el visitante perciba la alineación entre geología, trabajo humano y liturgia. La presencia de piezas procedentes de la antigua catedral —entre ellas la imagen de la Virgen del Rosario de Guasa— dota al espacio de una capa extra de historicidad y autenticidad. Los fieles que acuden a misa o a peregrinaciones reconocen en esos objetos no solo arte sacro, sino objetos de memoria colectiva.
Además del simbolismo religioso, el Altar y las piezas conservadas funcionan hoy como testimonio patrimonial: permiten trazar la historia de la religiosidad minera, entender las técnicas de talla en sal y mármol que se usaron en el siglo XX y valorar el diálogo entre conservación y renovación arquitectónica. El hecho de que la nueva catedral haya incorporado el legado material de la anterior revela una voluntad explícita de respetar la identidad y la fe local, y de hacer de la Catedral de Sal un espacio vivo en continuidad con su pasado.
Visitar con sentido: recomendaciones para el viajero
- Haz el recorrido con guía: los guías oficiales explican no solo el simbolismo litúrgico, sino la historia del traslado de las piezas y el porqué de su conservación.
- Observa con calma: mira los detalles de las tallas, el uso de la luz y la relación entre el altar, la cruz y la cúpula. El espacio se concibió para narrar una historia en tres dimensiones.
- Respeta el carácter religioso: además de ser una obra arquitectónica, la catedral sigue siendo templo activo; participa de la experiencia con silencio y respeto.
- Viaja con un plan todo incluido: Así podrás disfrutar de la experiencia sin preocuparte por las filas, el transporte o la alimentación, da clic aquí para conocer los mejores planes todo incluido para Catedral de Sal.
El Altar de la Catedral de Sal
no es simplemente un objeto antiguo exhibido en un nuevo recinto. Es la huella
de la devoción minera, el resultado de decisiones de conservación patrimonial y
la prueba de que la memoria puede viajar con las comunidades: desde la caverna
de la antigua catedral hasta la nueva bóveda, la pieza conserva su voz. Al
mirar ese altar entendemos por qué Zipaquirá es, además de un destino
turístico, un lugar de memoria: la sal no solo formó galerías, también forjó
creencias que merecen ser contadas.